08 abril 2008

Tres claveles blancos

Sevilla intenta desperezarse del invierno a duras penas. Tras una fría Semana Santa, ahora son los farolillos, los colores de las casetas y la portada, las que intentan traernos a empujones una primavera que se resiste. Miro tras los cristales, salpicados de lluvia, y hoy se me antoja acordarme de tí, acercarme a tu persona y rescatar algunos recuerdos. Justo hoy hace un año que te fuiste de viaje cuando todo el mundo celebraba la Resurrección. El día está gris, con una luz rara que lo convierte todo en una estampa sepia, como esta otra que sujeto con mis manos y que me muestran a una joven que emprende un camino convencida de su amor. Tu traje negro, de luto por tu madre. Ni grandes diademas, ni ostentosas joyas, eran otros tiempos ¡Qué más sevillano que un velo prendido con tres claveles blancos!

Sevillana de Triana, o trianera de Sevilla, que es igual pero distinto, viviste a ambos lados de ese puente que une o diferencia. Orgullosa de tu cuna en la calle Pureza, ¡qué suerte poder presumir de una bisabuela trianera! tu nombre no podía ser otro que Ana, como la Señá que es patrona del barrio. En tus labios siempre a tu madre Amalia, a la que recordabas todos los días. De tu padre Manuel siempre contabas que había tallado techos y puertas de la Plaza de España, cuando Sevilla renacía de su letargo con las obras de la Exposición de 1929. Pero para orgullo ese sillón de camarín que labró para la Virgen de los Reyes.

Correteaste tras tus hermanos por la Judería y San Bartolomé, supliendo las veces de una madre arrebatada por la enfermedad. Y fue así, haciendo de madre, buscando a tus hermanos como conociste a ese hombre que te llevó al altar de la capilla de la Virgen de la Alegría, de las alegrías y de las penas... que de todo hubo en la vida. Cambiaste tu Sevilla natal por un pueblo aljarafeño de solera y con la gracia de ser rociero por los cuatro costados. Gines. Fue la Virgen del Rocío tu gran devoción. Pronto vino tu primera hija, Amalia como tu madre, después Ana y más tarde Juan. Trabajo, trabajo y mas trabajo. El campo, Villamarín y puntadas para la calle robandole horas a la madrugada. Tampoco tardaron en llegar los nietos, 12. Y pudiste conocer también a una docena de bisnietos. Toda visita a tu casa se saldaba con chocolate Nestlet y dinerito para chucherías. Tu casa siempre abierta, sobre todo cuando pasaban las carretas por tu calle camino del Rocío.

Tu cuerpo te jugó una mala pasada en los últimos años de tu vida. Tu andar se fue haciendo más cadencioso, tus pasos más torpes, hasta que un día no quisiste forzar más a tus piernas postrándote en una cama. Desde el duro mundo de las cuatro paredes blancas y solo asomada a la ventana por la pequeña pantalla seguías los telediarios, las novelas y los toros, siempre Canal Sur. Agradecías cualquier visita de todo aquel que quería dedicar unos ligeros minutos contigo. Allí pasaban los días hasta que sin avisar te fuiste justo cuando no te quejabas. En silencio y sin hacer ruido. Hoy, una año después de tu marcha que mejor que recordarte con esos tres claveles blancos.