12 noviembre 2008

Aquellos muros


Contemplar la estampa me hace escuchar en mi interior los versos de Quevedo:

"Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía."

Pero el rebuscar entre las piedras hace que, a veces, podamos levantar las almas que allí viveron. Aquella torre pérdida entre Jerez y el Puerto era más que un vestigio histórico o arqueológico. Si tiramos de la imaginación, de la historia y de la leyenda podríamos ver láguida y tronchada en una de sus ventanas a una flor de lís. Una Borbón, doña Blanca, sufrió prisión allí.

"Yo doña Blanca de Borbón, princesa de Francia y reina de Castilla y de León, legítima esposa del rey don Pedro, al que muchos llaman el Justiciero, y bien podría llamarlo yo y con razón el Cruel, me repudió a los dos días de nuestra boda. Rubia y bella llegué a Castilla para languidecer en mi juventud. Nunca quise ese matrimonio, hasta tres veces me negué, pero al fín tuve que claudicar ante las razones de estado. Bien poco disimuló el rey su desinterés por mi persona, más pretendía mi dote y las alianza con Francia que mis amores. Para eso ya estaba María de Padilla, que le había dado hasta hijos. El papado me amparaba. Tenía asidua correspondencia con el pontifíce, entonces en Aviñon. Repudiada, y en continúo bagaje por Castilla pasaron mis primaveras. De castillo en castillo, de la ceca a la meca. Mi séquito lo formaban mi dama de compañía, mi confesor, un secretario y mi tesorero. Todos vigilados por mis captores, siempre hombres de confianza de don Pedro. El objetivo era tenerme bien lejos de la frontera con los reinos francos para evitar levantamientos. Tras cuatro años en Sigüenza me trajeron aquí. Desde esta atalaya se contempla el Atlántico, el Puerto, Cádiz y las salinas. Pero mi destino final no fue éste. El alcázar de Medina Sidonia fue mi final. Con tan sólo 25 años se apagó la llama de mi desdichada vida. Nadie se pone de acuerdo de cuál fue mi perecer. Si fueron unas malas hierbas, una enfermedad natural, o sí por el contrario fue la orden real de don Pedro a través de uno de sus ballesteros. Silente y misteriosa fue mi muerte, silente y misteriosa mi memoria. No seré yo quien os desvele la verdad , casi siete siglos después, desde mi tumba de la Real Iglesia de San Francisco de Jerez de la Frontera."

1 comentario:

ANDRÉS dijo...

Curiosa historia, que hace comprender el porque de muchas claves que hay en calles e iglesias de Jerez.

Gracias Sherlock Homes, por tu trabajo de investigación, has hecho a un jerezano el saber porqué, la calle Doña Blanca está situada donde está, entre otras cosas.