29 abril 2007

Una portada muy almohade

Inspirada en la edificación más emblemática de la ciudad, los arcos de herradura y la labor de sedka han acercado un poco la Giralda al Real de la Feria. La portada de este año, ni ha sorprendido ni ha defraudado, ha pasado como una más. Al igual que esta feria del centenario bético. Una feria que Antonio Burgos tilda de decadente en alguno de sus artículos de estos días. Bien es verdad que la loperiana idea de los farolillos verdiblancos han deslucido un poco el panorama no por los colores, sino por la falta de previsión. Las calles han estado bastante deslucidas al no reponerse los farolillos tras la lluvia, algo que más que al Betis compete al Ayuntamiento, que bastante tiene ya con medio inaugurar a marchas forzadas antes de las elecciones municipales. Dicen que cada vez queda menos para que el traslado de la Feria al Charco de la Pava sea una realidad, un traslado que nos dará sin duda alguna una feria distinta. Si los que conocieron la feria de antes cuentan que la feria de los Remedios no es ni la sombra de lo que fue la feria del Prado de San Sebastián... Miedo tienen algunos de ver que clase de parque temático nos espera en la feria del charco de la pava, una feria ya del siglo XXI inmersa en la construcción de un sueño y de la ciudad de las personas en la que a los sevillanos les gusta poco eso de las setas y de las pieles sensibles de nuestro ayuntamiento.

17 abril 2007

La torre de Pedro I el Cruel


Este es el aspecto que presentaba la Torre del Oro en la época del rey Pedro I el Cruel. En la última restauración acometida en 2005 se llegó a esta conclusión. El segundo cuerpo, de ladrillo y planta hexagonal que posee decoración cerámica en cintas verdes recuadrando los arcos, databa del siglo XIV. Fue el rey castellano quién lo mandó construir. Ya en la noche de los tiempos se pierden las leyendas sobre el uso que el monarca daba a la torre. El más extendido era el refugio para las damas que cortejaba. El romance más sonado fue el de doña Aldonza, hermana de María Coronel, que espera al rey en la torre. Su esposa, María de Padilla, aguardaba mientras tanto en el Alcázar.

El primer cuerpo fue levantado en época almohade en 1220. Se trataba de una torre albarrama para defender el puerto de Sevilla. Cuentan que una cadena cerraba el paso a la navegación. Ésta uniría la Torre del Oro con otra torre en la orilla trianera. Después pasó a ser capilla y hasta prisión. El tiempo no corría en valde y en el siglo XVI hubo que realizar obras de emergencia justo cuando Sevilla se convirtió en puerto y puerta de Indias. El terremoto de Lisboa también hizo mella en su estructura. El asistente Marqués de Monte Realse planteó íncluso la demolición para ensanchar el paseo. El pueblo llegó hasta al mismo rey pidiendo el indulto de aquella torre, testigo de tantos siglos de historia de la ciudad. Es en 1760 cuando se arreglan los desperfectos y se añade la linterna superior para que fuera faro del puerto. Un nuevo movimiento popular logró que la torre no se derribara cuando los revolucionarios de 1868 la pusiron a la venta para aprovechar sus materiales de construcción.

Actualmente depende del Ministerio de Defensa, concretamente de la Armada. Su interior alberga el museo naval. Su silueta, en continuo maridage con el Guadalquivir, es una estampa típica que ha dado la vuelta al mundo.

06 abril 2007

Jueves Santo

Uno de esos tres jueves que relucen más que el sol en el calendario popular amanecía gris y plomizo, antojándose mañana invernal en el mercurio. Era temprano y la jornada se presentía rara. La misa en Monte Sión había sido puntual, a las nueve de la mañana. La Virgen enjoyada y los pasos exhornados desde el día anterior lo habían hecho posible. Era Jueves Santo pero no veía el mismo ambiente. Poca gente. Quizás era el primero en el que sólo deambulaba sin rumbo por la ciudad de los recuerdos a una hora inusal. Sí, la gente vestía de oscuro, de los balcones pendían palmas y colgaduras. Las calles eran las mismas pero mis impresiones otras. El frío del ambiente se calaba poco a poco cada vez más adentro.

Mis pasos perdidos hacia la desembocadura de ese río que nace de un Valle de lágrimas y termina en la Esperanza. Calle Feria hacia la Macarena pero no llego a la ansiada y giro y media vuelta, hacia alguna cafeteria en busca de un sustento mañanero pero no es así, y otra vuelta más, mis pasos otra vez sin rumbos se encaminan en busca de la mirada de Dios en San Lorenzo. Quizás allí encontrara también esa paz que todos ansiamos dentro y que muchos buscan allí cualquier día del año. Por el camino me topé con una Alameda desolada y vacía, ni flamencos ni toreros de años veinte, ni la sombra de bronce de Manolo Caracol. Sólo llegué al Gran Poder. Por dos veces entré en esa basílica redonda, dos veces le dí la vuelta a esa zancada potente, por dos veces fijé intensamente la mirada en su rostro, ese al que Isaías se refiere como Varón de dolores y conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro. Y Sevilla no se vuelve, está allí presente, mirándo sus penas en él en una identificación mística.

Salgo de San Lorenzo y una llamada me trae compañia. Junto a mi hermana busco al otro nazareno de la mítica Madrugá, aquel que está en San Antonio Abad. Siempre me llamó la atención la que llaman Madre y Maestra de las cofradías. Su cortejo, sus compostura, sus enseres, su estar en la calle, el andar de sus pasos y el olor a un incienso distinto y un azahar siempre igual. Pero no es todo eso. La Iglesia de San Antonio Abad tiene un aire especial, un espíritu inusual y su Nazareno no podía salir a la calle sino en la Madrugá. Es cuando en el andar de los costaleros nos hace vivo el andar de Cristo por la calle de la Amargura. Una visita al Valle y a la Exaltación.



Pero mi Jueves Santo
es la calle Feria,
la plaza de los Carros,
colores albero, blanco
y verde de carruaje.
Revuelos de merinos
y terciopelos negros,
de huertos sevillanos
y rosarios sobre varales.
Blondas de mantillas negras,
tradición inigualable.
Todo un año esperando
a que Rosario salga a la calle.
Ilusiones en un puño,
agarradas a raudales,
soñando que aquellas nubes
se desvanezcan, vayan lejos
y no quede ni un ápice,
de ese agua que amenza
los sueños de los cofrades.
Ni la miel de las torrijas
ni el vino de los lagáres
podrán endulzar la pena
cuando se comunica el ultraje.
Las nubes son traicioneras
y el sol muy poco sale
unas gotas lo empañan todo
con charcos en la calle.
Ni partes, ni meteorólogos
ni cabañuelistas, ni avances
parecen dar tregua
a un día roto en tres partes.
Se desvaneció los Negritos,
Fundación y la de los Ángeles,
ni un Machín saetero
supo endulzar el trance.
Que ni Carmen la Cigarrera
cruzó el puente esa tarde,
en la capilla de Altadis
los corazones palpitantes,
Flagelación y su Victoria
quedaron solos espectantes.
En los Terceros, en Sol
la gente y mucha agua cae.
Lágrimas en los rostros,
y Cristo en la cruz amante.
Pasan los minutos, las horas
y poco o nada abre la tarde.
Incertidumbre en la ancha Feria
que Cristo espera orante,
arrodillado ante su sino
aceptando la voluntad del Padre.
La novia del Jueves Santo
en su palio de sueño de encaje
luce más bella ahora
porque con saya nueva sale.
Su pecherín enjoyado
cada pieza una leyenda trae.
Un octubre coronatorio
a mis retinas retrotrae.
Lecaroz le recoge el manto,
Arruza en medallas vuelve,
los dominicos se disputan
el calado de los varales,
la fragancia de este nardo
que en azucena se reparte.
La tormenta ha pasado,
la decisión llega tarde,
pero los siglos pesan mucho
y el pestillo no se abre.
Este año Sevilla sin el Rosario,
la calle Feria sin su Reina,
Jueves Santo sin el arte
de tanta gracia y nobleza
de María Santísima del Rosario
coronada en su grandeza.
Día distinto, extraño y raro
que comenzó frío en la Alameda.

03 abril 2007

Juan Pablo II

En el segundo aniversario de su muerte...

Vino, se fue y regresó

como viene, va y regresa

al balcón de la promesa

lo que el Amor prometió.

Y cuando en Sevilla habló

fue el mensaje tan fecundo

que abrió para la fe un mundo

con la temprana semilla

que al cofrade de Sevilla

le dio Juan Pablo II.



TEXTO: Ignacio Sánchez Dalp
Del pregón de Semana Santa de Sevilla 2005