09 abril 2006

Tiempo de sentires y de contrastes

Luz y tinieblas. Fiesta y duelo. Muerte y Vida. Ya es Semana Santa en Sevilla. Es fiesta grande, es la fiesta de la ciudad y por ello es llamada la Semana Mayor. El sentido es religioso pero el pueblo lo vive a su modo. Se conmemora el eje central del misterio del cristiano: la pasión, la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Y aquí se celebra a nuestra manera porque Sevilla es Sevilla.

Aún hoy se respira por los rincones sabor a otras épocas, aún perdura en nuestra tierra el espíritu barroco y la ciudad tiene presente la muerte. De ella hace su fiesta. Sevilla es barroca y por tanto también es apariencia, y muchas veces efímera. Tan fugaz como una candelería ardiendo, tan caduca como la flor cortada, tan pasajera es esta fiesta que se nos consume en nada y sus preparativos nos llevan todo el año. Tan frágil es que sólo unas gotas de agua pueden apagarla como lo hace con el fuego. Toda la urbe es una gran obra de teatro donde, enmarcada por un gran telón carmesí, descorrido y atado con cordones de borlas de oro viejo, se prepara para confundir la realidad con la ficción, lo popular con lo reglado, lo sagrado con lo profano.

Por la ciudad se va a pasear el dolor y la Muerte (de Cristo). Pero Sevilla se hace fiesta, pero ella se hace coro, pero ella se hace altar. Y ella enmascara su rostro. Ella adorna sus cabellos con peina y mantilla negra, se perfuma con su mejor fragancia. Ya huele a incienso y azahar. Se envuelve de solemnidad. La ciudad y sus gentes se revisten y engalanan.

La urbe es un escenario de teatro donde todos tienen sus papeles sabidos y bien aprendidos, todos dispuestos a actuar. Todos son protagonistas, todos están en sus puestos. Desde esa madre que da las últimas puntadas al escudo de la capa, a la abuela que prepara las torrijas, a la saetera del balcón, al cura en el púlpito, al aguador, al músico, al costalero, al capataz y el nazareno. Todos están en el reparto porque todos hacen la fiesta. Hasta el público es actor: sabe moverse en la bulla, sabe cuando aplaude, sabe cuando calla, sabe cuando ríe, sabe cuando llora… Sabe estar porque aquí no se improvisa nada.

Se abre así pues para el sevillano y el foráneo un gran tiempo de sensaciones y contrastes. La Semana Santa se convierte en el gran espectáculo de la Imagen. Es una gran impresión que impregna nuestros sentidos, hecha de millones de emociones, vivencias e imágenes. Son millares de secuencias en sepia que se almacenarán en nuestra memoria para ser revividas durante todo el año.

No es difícil dejarnos sugestionar por lo que nos rodea en estas fechas. Si nos hemos dado cuenta el atrezzo de esta fiesta es riquísimo. La ciudad emana otro olor, irradia otro color, deja degustarse con otro sabor. Sevilla es otra.

La ciudad se despierta poco a poco de su secular letargo y atonía. Se despereza a guiños de un invierno todavía no ido. Explota como señal de rebeldía al frío padecido. Con la llegada de la primavera los colores estallan, la metrópoli se rebosa así misma y los naranjos revientan en flor y fragancia. Todo se convierte en un gran festival para nuestros sentidos.

El espectáculo de sensaciones y contrastes, de luces y de Imágenes que nos lleva a ir equipados de nuestros sistemas sensoriales y de nuestra fe como principales herramientas de aprehensión de la fiesta. Gracias a ello nos daremos cuanta de que la Semana Santa es un universo de contrastes.

Es luz, claridad y luminosidad de un paso de palio como un sol radiante de Jueves Santo. Pero también es sombra, oscuridad, pena, tristeza y tinieblas propias del traslado al sepulcro en San Andrés. Mas es júbilo y alegría intensa de unas bambalinas al son de Campanilleros. Pero no por ello deja de ser sobriedad, elegancia y clasicismo de un palio de cajón o de crestería al son del oboe y el fagot.

Asimismo es noche cerrada, aflicción y nostalgia del pasear del Nazareno de San Antonio Abad envuelto en su nube de incienso y su místico caminar. También es día de dorados reflejos, de brillantes canastillas de Misterio. O hablamos de la mañana, envuelta en entusiasmo regocijo de la Macarena de camino a su casa. Pero no por ello deja de ser tarde, llena de alborozo y contento, cuando por la calle ancha la Feria La de los Misterios Dolorosos avanza entre el fervor de su pueblo con Rosario de Monte-Sión.

Es irrupción sonora de la de Triana en la Campana al son de su “Salve estrella de los mares”. Sin embargo es silencio, contemplación y recogimiento del Gran Poder y de todo su seguimiento. Es cofradía de negro, es cofradía de barrio, es riqueza y opulencia de merinos y terciopelos, es sobriedad y pobreza del ruán negro, es nazareno de cola, es nazareno de capa, es de zapato de hebillas, sandalias o alpargatas. Y es que todo esto es también Semana Santa.

Y es que el que sale es el Cristo de los templos que quiere hacerse presente entre su pueblo. Es el Jesús de la meditación y el recogimiento, que aunque padeciendo la pasión en sus adentros sale al bullicio de las calles a impregnarnos con su Imagen. Quiere llenarnos con su mensaje que a los cofrades superficiales escapa. Y a Él nadie lo para. Es ese Jesucristo poderoso el que continúa en su Misterio sin que lo que le rodee perturbe. No hay Liapasam que lo turbe, ni globos de gas que lo desluzcan, ni puestos de bocadillos que a la turba retraiga cuando Él a su lado pasa. No hay niños jugando, ni aquel que blasfema tanto, ni verborrea de veladores que no se conmueva y silencie a su paso. Y es que Sevilla es contraste, y no por ello lo lleva al traste. Es tan dispar la fiesta que pared con pared los mismos consumen la sangre de Cristo y después la de Baco. Pues no hay iglesia sin bar cerca, ni feligreses que después de los Santos Oficios no disfruten de su barra y sus abastos. Son mantillas en las capillas que más tarde se rinden a la colilla y a la rubia bebida en un fugaz descanso.

Pero no sólo se queda ahí. Es que esta fiesta es así. Es que Sevilla quiere que así sea. Quiere recogimiento en el templo y algarabía en la calle. Quiere alborozo para la del barrio y silencio a la de negros andares. Porque el pueblo disfruta de este modo e inunda la esquina, la plaza y la avenida. Es calle y altar. Es altar que sale a la calle. Es el hombre que se acerca a Dios y es Dios con los hombres. Son días de cofradías. Son días para disfrutar de los contrates. ¡Anda sevillano y regocíjate de lo que hay en la calle!

1 comentario:

Lalola dijo...

Me encantaron los primeros párrafos... ese teatro barroco en la calle... muy bien descrito... besos en la mañana en que todo mi barrio está en la calle... oigo los campanilleros por Arrayán...