Sí ayer os mostraba el curioso retrete de Aranjuez, no he querido que pasara el día sin presentaros a la dueña del mencionado. Para los pocos que no la conozcan se trata de Isabel II, mujer que reinó en España desde 1833 hasta 1868 cuanto la revolución de la Gloriosa la mandara a mejor destino.
Galdós la llamó "la de los tristes destinos". Fue una mujer que tuvo el difícil designio de llevar las riendas de un país con tan sólo 13 años y sin estar formada ni preparada para ello. A esto hay que unir el período que le toco vivir que fue de los más complejos y convulsos: el despertar del estado liberal.
Su vida personal tampoco fue un camino de rosas. Un matrimonio obligado e inadecuado a los dieciséis que desembocó en separación apenas transcurridos unos meses con su primo Francisco de Asís. Dicen que la reina al enterarse de que su matrimonio había sido concertado con de Asís se puso en huelga de hambre. De la noche de bodas recuerda que su marido llevaba más bordados y encajes en el camisón que ella misma. No fue esto causa para que la reina no tuviese descendencia. Ella misma se las apañó solita para traer al mundo su estirpe. El nombre de los amantes se pierde en la nebulosa histórica. Su propio cuñado, el duque de Montpensier fue el principal instigador de su derrocamiento. Su destronamiento a los treinta y ocho años, la trágica divisoria en su vida que da paso a los largos años del exilio y el alejamiento de España.
Su vida, azarosa, como la época a la que ella dio nombre, que la haría pasar de una imagen positiva al comienzo de su reinado a otra terriblemente negativa a su término. Pasó de gozar de una gran popularidad y cariño entre su pueblo, de ser la enseña de los liberales frente al absolutismo y una especie de símbolo de la libertad y el progreso, a ser condenada y repudiada como la representación misma de la frivolidad, la lujuria y la crueldad, la «deshonra de España», que intentará barrer la revolución de 1868.
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