La Virgen del Rosario en su ida hacia la Catedral en el mediodía del domingo 24 de noviembre de 1929 a la altura de la Plaza del Duque esquina con la Campana. Cabe resaltar en el paisanaje de la céntrica plaza los pináculos que se entreven entre la arboleda del fondo correspondientes al Palacio de Sánchez-Dalp hoy demolido y convertido en Corte Inglés La España, y en concreto la Sevilla en la que se coronó a la Virgen de la Antigua es muy distinta de la actual, aunque ésta conserve básicamente las esencias y sentimientos de antaño. Eran otros tiempos; la gente, la sociedad, la vida y el mundo han variado desde entonces. Nuestra ciudad ha visto su desarrollo y evolución a lo largo del siglo XX. Un siglo lleno de cambios, avalares políticos y de guerras que supusieron una alteración radical en la estructura del viejo continente y que se vio reflejado en el orbe entero. Una serie de canjes que no llegaron a afectar a lo más profundo de los sevillanos, no pudieron transformar su modo de entender la fe en Cristo y su forma de interpretarla queriendo a María fervorosamente.
En España reinaba D. Alfonso XIII. y al frente del gobierno se encontraba el directorio civil, evolución del militar de Primo de Rivera, que dio un golpe de Estado en 1923. Dentro de la política exterior de esos años cabe destacar la irregular comprensión del dictador hacia la política europea, sobre todo en sus relaciones con la Sociedad de Naciones, que trató de compensarlo con un acercamiento al mundo hispanoamericano. Esa era la dirección que él consideraba adecuada para el fortalecimiento de España en el mundo. Su acción consistió en hacer del hispanoamericanismo un símbolo del prestigio de España. Para ello puso en marcha varios acontecimientos que supusieran un estrechamiento de los lazos afectivos entre esas naciones: el viaje del hidroavión Plus ultra, la Exposición Internacional de Barcelona y la Exposición Iberoamericana de Sevilla, que es la que nos atañe.
La Exposición Iberoamericana, celebrada en Sevilla entre 1929 y 1930, sirvió para promocionar y proyectar al exterior la región andaluza. Fue inaugurada por los Reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, acompañados de las Infantas doña Cristina y doña Beatriz, el nueve de mayo de 1929. Supuso un evento del que Sevilla no pasó inadvertida. Si en el plano económico e inversionista este certamen resultó un completo fracaso, en el plano artístico y espectacular marca el cenit de Sevilla, superándose a sí misma. No vinieron los turistas que se esperaban, pero los propios indígenas pudieron recrearse con el cuadro de una metrópolis que parecía despertar de su secular letargo y atonía, generando trabajo, destellos de esperanza e ilusiones. Todo se mejoró, se cuidó y acicaló con las miras puestas en el acontecimiento. La ciudad se transformó y fue conformando gran parte de la fisonomía actual. Fueron años de inversiones en la capital andaluza y de faraónicas construcciones, no olvidemos la Plaza de España y de América núcleos fundamentales de la exposición. Cabe recordar la labor arquitectónica de Aníbal González en el diseño de la muestra y de sus ciento diecisiete edificios repartidos sobre una superficie aproximada de un millón de metros cuadrados.
Naturalmente, las cofradías, como uno de los sectores de mayor importancia en la sociedad sevillana, no podían quedar al margen de todo este progreso. La ya larga lista de estrenos y mejoras ofrecidas durante los años anteriores, se acrecentaron todavía más.
Estos años coinciden con el gobierno en la archidiócesis de Sevilla del cardenal Don Eustaquio Ilundáin y Esteban, que llegó a Sevilla el cinco de julio de 1921 y murió el diez de agosto de 1937. Se afirma de él que se dio cuenta pronto de la gravedad que revestía para Andalucía el problema social. Demostró gran sensatez y sensibilidad al gobernar su diócesis tan conflictiva. Este cardenal se preocupó por las cofradías, quiso que fueran populares, pero, sobre todo cristianas y, por ello, universales. Trató de eliminar todos los elementos poco cristianos de las corporaciones nazarenas y que fueran de todos y no de una familia determinada. Esa y no otra fue la dureza de Ilundáin con las cofradías.
En 1929. aprovechando la celebración de la Exposición Iberoamericana, el Cardenal Ilundáin, piadoso y popular, no quiso que la Sevilla cofradiera se quedara al margen de dicho evento y quiso mostrar a los visitantes el fervor de su ciudad y celebró y presidió el Congreso Mariano hispanoamericano y coronó a Nuestra Señora de la Antigua, acontecimiento en que tuvo especial protagonismo nuestra querida hermandad.
Pero antes de llegar a ese acontecimiento, la ciudad se convirtió en un 'anticipo de la Jerusalén Celeste" como alguno llegó a calificar, con motivo del Congreso Mariano. Se celebraron diversos actos entre los que cabe destacar una interesantísima exposición celebrada en el interior de la parroquia del Salvador, a la que concurrieron multitud de imágenes marianas, incluso varias Dolorosas de Semana Santa.
El diecinueve de mayo del mismo año de 1929, se celebró una procesión extraordinaria con la Virgen de los Reyes y otros iconos antiguos. No cabe duda los emocionantes momentos que la Sevilla cofradiera vivió en ese año y cabe decir que hasta el propio cardenal Ilundáin, alma de estos acontecimientos, hubo de hacer grandes esfuerzos por contenerse y no dejarse dominar por las lágrimas, ante el espectáculo de una muchedumbre enardecida, que a voz en grito cantaba a la Madre de Dios el precioso himno del Congreso: "que en el cielo tan sólo te aman mejor".
Como cumbre de todos estos actos se premió la devoción de la ciudad a la Virgen con una Coronación Canónica. Los actos con motivo de la coronación se desarrollaron a lo largo de unos siete días teniendo como marco la catedral. Para ello tuvo lugar un triduo preparatorio los días veintiuno, veintidós y veintitrés de noviembre. Según los periódicos de la época la catedral tuvo numerosísimo público durante el triduo al que asistieron los obispos de Córdoba. Cádiz. Málaga y Jaén, y fueron presididos por la Infanta doña Luisa de Orleáns, abuela de nuestro actual monarca por línea materna, y sus hijos.
Como curiosidad cabe resaltar que el segundo día de triduo se impartió la comunión a más de tres mil niños de todos los colegios oficiales y particulares de la ciudad y que el último día de triduo coincidió con la onomástica de San Clemente, día que se conmemora la toma de Sevilla por Fernando III el Santo, por lo que los cultos revistieron mayor solemnidad procesionando en el interior del templo el pendón de la ciudad y la espada del santo rey.
Por fin llegó el día de la Coronación, domingo veinticuatro de noviembre de 1929, la Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de Sevilla presentaba el aspecto de sus grandes solemnidades. El Excmo. Señor Cardenal Ilundáin ocupaba la cátedra auxiliado de los obispos antes citados, ostentaban la representación de S.M. el Infante D. Carlos de Borbón y su esposa Doña Luisa de Orleáns acompañados de sus hijos y abarrotando las naves del templo una muchedumbre que los más atrevidos cifraron en quince mil personas, de las que muchas provenían de las zonas más alejadas de la archidiócesis. La imposición de las coronas se llevó a cabo en medio de un gran recogimiento y fueron traídas desde Madrid donde se labraron en oro con perlas y brillantes. Su Eminencia concedió doscientos días de indulgencia a los presentes y el solemnísimo y emocionante acto culminó con el canto del himno del Congreso Mariano. Terminada la ceremonia una muchedumbre invadió la capilla de la Virgen de la Antigua deseosa de contemplar de cerca las flamantes coronas. Los periódicos del día afirmaban que pocas veces se ve la catedral tan rebosante de público, ya que era materialmente imposible circular por las cinco amplias naves.
Pero conociendo a Sevilla y la personalidad de Ilundáin. la jornada no acabaría así, teniendo su posterior secuela cofradiera en una magna procesión por la tarde. Mientras, en la catedral, por la mañana, se desarrollaban los actos de la Coronación, el barrio de la Feria era un hervidero cofrade. Dos imágenes de gran devoción en la calle se trasladaban hacia la catedral con motivo de tan magno acontecimiento mariano. A las diez de la mañana la Virgen de Todos los Santos salía hacía el templo metropolitano desde su Iglesia de Omnium Sanctorum. A la una de la tarde la Capilla de Monte-Sión abrió sus puertas y una comitiva de hermanos anticipaba el paso de palio de María Santísima del Rosario, que al igual que la Virgen de Todos los Santos, se dirigía hacia el templo mayor de Sevilla para participar en la gran procesión de la tarde. La intención de los organizadores era la de sacar a la calle una enorme procesión en forma de Rosario, en el que cada misterio fuera representado por una hermandad y presidido por tres imágenes mañanas, amén de la copia del icono de la Virgen de la Antigua que cerraría la comitiva. Los misterios gozosos estuvieron representados por la Virgen de la Paz, de la parroquia de Santa Cruz; los misterios dolorosos representados por la imagen de María Santísima del Rosario en Sus Misterios Dolorosos, de la Hermandad de Monte-Sión; y los misterios gloriosos por parte de la Virgen de Todos los Santos.
A medida que se acercaba la hora de la procesión los alrededores de la catedral y las calles por donde pasaría la comitiva se iban llenando de público y de expectación. La prensa cuenta que llegaron de toda la región numerosísimas personas, que los camiones de los pueblos hicieron varios viajes repletos de gente deseosa de asistir a este acontecimiento histórico. Una infinidad de autos particulares sembraban las carreteras. Los trenes llegaron abarrotados de viajeros, especialmente de Cádiz. Huelva y Córdoba. Mientras tanto, dentro de la catedral se afanaban en la organización de la procesión. Las cofradías se iban disponiendo con sus respectivas insignias. Poco antes de las cinco llegaron el Infante Don Carlos, la Diputación y el Ayuntamiento en pleno bajo mazas. También llegó el Cardenal Ilundáin acompañado de los Obispos de Cádiz, Córdoba, Jaén, Málaga y Rancagua (Chile). Todos se dirigieron a la Capilla de San Laureano, desde donde presenciaron en un magnífico estrado la salida de la procesión. Cuando el paso de Nuestra Amantísima Titular pasó por la nave donde se encuentra dicha capilla fue vuelto el paso y presentado al señor Cardenal y a los señores obispos, manifestando los presentes singulares elogios a la esplendorosa imagen de la Virgen del Rosario.
A la hora fijada se puso en marcha la procesión saliendo por la puerta de San Miguel. Abría marcha un piquete de la Guardia Civil, al que seguía la cruz de la Hermandad de la Virgen de la Antigua. Continuaban los niños de los colegios de los P. P. Salesianos, Escolapios y Jesuitas, cantando Ave Marías y el himno del Congreso Mariano. Seguidamente representación de la Academia de Buenas Letras, de las cofradías de Fuentes de Andalucía y de Écija. Abría la comitiva de los misterios gozosos la Hermandad de los Terceros, llevando en el Simpecado el misterio de la Encarnación del Verbo. A continuación el misterio de la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel a cargo de la Cofradía de San Juan de la Palma, el Dulce Nombre con el Nacimiento del Hijo de Dios. El cuarto misterio, el de la Presentación de Jesús en el templo, fue encomendado a la Hermandad de la Candelaria, mientras que la Quinta Angustia ostentaba el lugar del Niño Perdido. Un grupo de seminaristas cantaba Ave Marías seguidos de los Luises de Sevilla. Cerrando este bloque de misterios iba el paso de la Virgen de la Paz de la parroquia de Santa Cruz.
Iniciaba los misterios dolorosos nuestra querida hermandad, que cuentan las crónicas portaba un precioso Simpecado representando la Oración de Jesús en el Huerto. Aquí comienza nuestro especial protagonismo en la procesión. El misterio de Jesús atado a la columna estuvo simbolizado por su propia Hermandad de las Cigarreras: la cofradía de la Virgen del Valle, con el misterio titular de la Coronación de Espinas con Simpecado alumbrado por artístico faroles, llevando tras de sí una capilla cantando motetes. Continuaba la Hermandad del Gran Poder, con el titular en Simpecado alumbrado por los cuatro faroles de su paso, representando el misterio de Cristo con la' Cruz a cuestas. El lugar del quinto misterio estaba ocupado por la hermandad del Calvario, en cuyo estandarte figuraba un crucifijo de marfil símbolo del misterio de la Crucifixión. Culminando estos misterios pasionales, la organización le asignó ese lugar al paso de Nuestra Titular. Según se puede leer en los diarios que hacen balance de los actos, las andas iban brillantes y la Virgen lucía esplendorosa en su paso tal y como hace estación en la tarde del Jueves Santo. Llevaba el magnífico palio de malla de oro, que según el periódico El Liberal, es uno de los mejores de la Semana Santa y que desgraciadamente se perdió en los sucesos de 1936. La Imagen vestía el manto de tisú de sus grandes solemnidades y el público admiró la magnífica presentación del paso con monumentales ramos de crisantemos blancos y una nutrida candelería. El conjunto resultaba realmente espléndido. La salida de la catedral de la Virgen del Rosario fue acogida con gran admiración por la muchedumbre. En el momento de salir, los focos que iluminaban la fachada principal del gran templo se encendieron, abrillantando con su potente luz la belleza del paso. Lo presidía el Conde de las Torres de Sánchez Dalp, hermano mayor honorario de la cofradía, Señor Luca de Tena y Juan Ruiz de la Riva, acompañados de la junta de gobierno y numerosos hermanos.
Inmediatamente después de Nuestra Titular. iban las hermandades que representaban los misterios gloriosos, y que concurrían en el siguiente orden: La Carretería, en el lugar de Cristo Resucitado; tras ella los Estanislaos, los Luises y los Caballeros de San Fernando v la Inmaculada. el Apostolado de la Oración con faroles. la Adoración Nocturna, el Patronato Obrero. En el misterio de la Ascensión figuraba la Cofradía de Ntro. Padre Jesús de la Salud, y la de Pasión. La Pastora de Santa Marina contenía el misterio de la Asunción. Concluía esta agrupación de misterios el imponente paso de la Hermandad de Nuestra Señora de Todos los Santos, el Simpecado de esta corporación representaba el quinto misterio. Seguían las andas de la Virgen, imagen debida al arte de Roque Baldueque en el s. XVI. y que salía por vez primera en talla y sólo cubierta con finísimo manto de malla, los caballeros Hijosdalgos, de San Juan de Jerusalén. órdenes militares, seminaristas, misioneros del Corazón de María. Salesianos, Escolapios, Filipenses, Hermanos de Doctrina Cristiana. Jesuitas con el provincial. Hermanos de San Juan de Dios. Capuchinos. Carmelitas. Franciscanos y Dominicos. A toda esta comitiva seguía la Universidad de curas párrocos. Nota simpática fue la participación en la procesión de las banderas americanas portadas por cónsules y delegados, todos ellos encabezados por el secretario general de la Exposición Iberoamericana Francisco Sánchez Apellániz, simbolizando a las naciones que habían recibido la fe de manos de España. Tras la representación de las naciones concurrentes en la muestra. figuraba capilla musical y la cruz de la catedral. En ese lugar aparece el paso de la Virgen de la Antigua. Dicho paso fue formado con fragmentos del altar de plata del Salvador y los faroles y candelabros de la Custodia. El centro lo ocupaba el cuadro de la Virgen de la Iglesia de San Miguel. Cuando el paso salió a la calle la Banda del Regimiento de Granada interpretó la Marcha Real y las campanas de la Giralda comenzaron a repicar. Tras el paso proseguían los beneficiados, capellanes reales, el cabildo catedral. diversos obispos andaluces, el cardenal Ilundáin. Presidía el conejo civil el Infante D. Carlos con el general de artillería, comisiones militares, maestrantes. cuerpo consular, la Universidad Hispalense. Tras éstos, bajo mazas, marchaba la Diputación y el Ayuntamiento. presididos por el gobernador civil. El teniente de alcalde portaba el rico pendón mariano de la ciudad del s. XVI. Ofrecía escolta de honor al cabildo civil la Guardia Municipal.
La procesión recorrió con el mayor orden y solemnidad por el siguiente recorrido: Gran Capitán, Cánovas del Castillo. Plaza de San Fernando (o Nueva). Méndez Núñez, Plaza de la Magdalena. O´Donnell, Campana. Sierpes, Plaza de la Constitución (hoy de San Francisco), Cánovas del Castillo, Moret. Plaza del Cardenal Lluch, entrando por la Puerta de Palos.
Como curiosidades de este día hay que citar que el Cabildo Catedral repartió papeletas de pan a los párrocos para la limosna a los pobres con motivo de la solemnidad. En segundo lugar, que en la plaza de la Campana se hizo la renovación del piquete que escoltaba a la procesión. En tercer lugar, que en la plaza de San Francisco, en la tribuna del ayuntamiento presenciaron el paso de la comitiva la infanta Isabel de Borbón (alias la Chata) y doña Luisa de Orleáns, sus hijas Dolores, Esperanza y María de las Mercedes (madre del rey D. Juan Carlos), junto con otras autoridades. que recibieron de rodillas la bendición de Su Eminencia y los militares saludaron reverentes a las representaciones de la Monarquía española. Entrada la procesión en la catedral, no terminaron los actos en honor de la Virgen de la Antigua que se prolongaron en un triduo en los días siguientes.
Mientras tanto, la ciudad vivía los últimos momentos cofrades de la jornada. A las ocho, hora en que el final de la procesión entró en el templo catedralicio, se vivieron los momentos de mayor animación cuando después del desfile el público acompañó el regreso de los pasos de la Virgen del Rosario y de la de Todos los Santos al barrio de la Feria. El broche de oro a tan sublime solemnidad consagrada a la Virgen fue puesto en el Cristina. Allí el público pudo disfrutar de un gran espectáculo pirotécnico que trató de asemejar en el cielo de la noche, los destellos y las luces. que durante tan insigne día habían brillado más que el sol en "La muy Noble. Leal. Heroica. Invicta y Mariana ciudad de Sevilla."