Sonó el telefóno en aquella fría mañana en la que todos los niños recibían las calificaciones del primer trimeste por vacaciones navideñas. Apurada bajó las escaleras a toda prisa sin saber la noticia que al otro lado le esperaba. Cogió el teléfono y apenas podía comprender lo que le contaban. No podía creerlo. Desesperada subía las escaleras, las volvía a bajar nerviosa con un cigarro que apenas estaba encendido y buscando un número de teléfono que tardó en encontrar, pasó varios minutos, que fueron eternos, vagando sola por la casa. Llamó a su esposo, que estaba trabajando, y quizás por no asimilar la noticia ella misma, no se dió cuenta de la dureza de las palabras y es algo, que me cuenta, le ha pesado no tener mano izquierda en aquel momento para comunicarle con más delicadeza lo que con fuerza le espetó: "Tú hermano ha muerto". Ambos marcharon juntos a una cita en la que ya sólo podían llorar y encontrarse frente a frente con aquella realidad que no podían asumir.
Recuerdo aquella mañana como si una película fuera y desfilara cada escena ante mis ojos con la viveza de una pantalla de plasma. Llegué del instituto aquel día, que sí salió el sol poco importaba, ya que aquel 21 de diciembre fue para todos nosotros aciago y gris. Fue mi hermano el que me contó lo ocurrido, tampoco lo puede creer. Necesité hacer varias llamadas para poner los pies en la tierra. Cuando al fín pude reunirme con la familia la desolación, las lágrimas incontenidas e inconsolables recorrían la cara de todos y muchos corazones rotos palpitaban por todas las esquinas. El duelo estaba repartido en tres salones distintos. En el primero la viuda y su séquito velaba el cadáver y algún que otro documento que ahora no viene al caso mencionar. Casi pared con pared, en otro salón, la hermana mayor recibía a todos casi sin poder mantenerse en pie. En la planta siguiente, en otro salón distinto, sus hijos aguantaban el tirón de verse completamente solos en el mundo. Pasó la tarde, llegó la noche y la dura madrugada. Por allí pasó muchisíma gente porque dice el dicho que quién siembra recoge.
Al día siguiente comenzaba la cuanta atrás. Se iniciaba de verdad el rito de la despedida. Cuando por todos los rincones de España resonaba el canturrreo de los niños de San Ildefonso, un sacerdote filipense trataba de dar palabras de consuelo a una familia inconsolable. Amigos, vecinos, conocidos y mucha gente que lo quería no faltó al funeral religioso en una desoladora capilla del cementerio hispalense de San Fernando. La fatalidad del destino quiso que el dolor del sepelio tuviera que dilatarse un día más. Hubo que esperar al 23 de diciembre para cumplir la última voluntad de la incineración.
Otra jornada más hacía mella en el alma y el cuerpo de la familia. Hubo que esperar algunas horas para recibir la urna con las cenizas. Un sencillo padrenuestro y ramo de claveles rojos le despidieron en las aguas del legendario Betis. Guadalquivir abajo seguro se encontró con aquellos langostinos de Sanlúcar de Barrameda con los que tanto disfrutaba. O más abajo con ese Puerto de Santa María donde tanto vivió. Esa playa de Valdelagrana, su favorita para el veraneo y donde se había comprado un piso. Tuve el honor de compartir con él, gracias a la generosidad que tenía con todos, ese su último verano en tierras gaditanas y que nunca olvidaré.
Hoy es un día díficil para toda la familia. Escribiendo estas letras tengo que reconocer que aún se me empañan los ojos. Era el alma de la fiesta, la alegría de la familia entera, con sus golpes, su humor siempre nos hacía vivir los momentos más divertidos. Su carácter le ayudó a sobrellevar una vida que tampoco le fue fácil. Trabajador sin hora desde muy joven, le faltaba tiempo para ayudar a todos los que le pedían algo. Vivió el duro trance de ver a su lado una enfermedad que le arrebató a la madre de sus hijos... Pero siempre trató de sacar lo positivio de las cosas, vivir lo mejor que pudiera y disfrutar de todo lo que nos hace más llevadera la dureza de nuestra existencia. Recuerdo que una vez le dijo a su hijo que ahora estamos muy bien, gracias a Dios, pero que nunca teníamos que olvidar nuestros orígenes. Todo lo que tenía nadie s elo había regalado. Ahora siete años después su recuerdo aún evoca lágrimas en los ojos por su ausencia, pero rememomar su figura siempre nos trae a la cara una sonrisa y la satisfacción de haber tenido la oportunidad de conocer a una grandísima persona, inolvidable para todos los que lo conocimos por mucho que pase el tiempo.
2 comentarios:
"Era el alma de la fiesta, la alegría de la familia entera, con sus golpes, su humor siempre nos hacía vivir los momentos más divertidos."
No lo conocí en persona, no tuve esa suerte. Pero lo conocí en los ojos y las voces de toda vuestra familia hasta tal punto de parecerme una persona entrañable, divertida, cariñosa y familiar. Es una suerte que la gente no muera porque las viven los seres que la recuerdan.
Joder no me esperaba yo hoy esto. Creo que todos tenemos algo del caracter de él, eso sí, los varones. Cuando hace algunos años nos juntabamos los tres no creas que no era la víva estampa de nuestros tres progenitores de jovenes con su guasa y desparpajo. Tú el más borde (jajaja), "el Manué" el más cachondo, el de los puntos que te hacen llorar con solo recordarlo,y yo.... bueno yo el más torpe de todos.
Sabes que te agradecere siempre que ese 22 subieras a mi casa y me hicieras ver lo correcto.
Aunque yo he tenido menos relación con él no he podido evitar que me conmueva tu relato tan real.
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