
Todo en el aire, pende de una constante el ser o no ser. La luz y la oscuridad en un segundo. Espectación, espera y resiganación. La fragilidad de un cuerpo cansado por los años y los avatares de este valle de lágrimas intenta resistir ante la adversidad de la inercia que quiere destruirlo. Y en la mente constante la cantinela latina del polvus erit et en pulvus reverberi.
Poco a poco, segundo a segundo, va y viene a punto de apagarse como la llama de una vela al fuerte viento. Luz que va, sombra que viene, tiempo que pasa, tiempo de espera de un trágico final que se presiente. Largos pasillos, pasos que suenan, batas blancas que al asomarse desalientan. Noches en vela ante el cuerpo que lucha, alma que se asoma a través de los ojos y leves palabras que indican que aún no se quiere ir. Un beso en la frente, ella reacciona y se puede escuchar "es el mejor regalo que me puedes dar".
Pasa una hora, luego otra... y amanece. Un nuevo día, un nuevo regalo, pero no para un cuerpo en ese estado. Ya apenas se entienden los lentos balbuceos. Cada vez menos sus claros ojos se ven abiertos. La mirada se pierde ante un vacío que quizás sólo ella vea lleno.
Hoy, me dicen que ha mejorado algo, pero que no está fuera de peligro. La dosis de aquello que la mantiene un poco lejos del dolor ha bajado. Me cuentan que hoy sonreía..., al recibir un beso respondía "mi arma". Pero todo igual, pasa una hora, luego otra... y todas las miradas se centran en aquellos ojos claros, esperando que no se cierren para siempre.