




Una vez en la aldea, la Virgen es descubierta de la protección con la que fue velada en Almonte. Cuidadosamente las camaristas quitan el capote y el guardpolvo. Es el párroco de Almonte quien le quita el pañito que vela el rostro. Es el momento culminante. Los vivas y las salvas en su honor no cesan. Los tamboriles y flautas dan la bienvenida a la Señora.
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